LAS PAREDES, ANTOLOGÍA DEL ARTE A LA DISTANCIA
En un abrir y cerrar de ojos la realidad propuso un cambio de espacios, una inminente amenaza nos llevó a dejar atrás el Atelier, renunciar a las inmensas ganas de caminar a pasos gigantes para llegar a él, silenciar las charlas por los pasillos vestidos de bata con bitácoras en las manos, dejar inmóviles los pinceles, darles quietud a las tintas, óleos y acuarelas.
Entonces, ¿cómo vivir el arte desde la distancia?, lo esencial fue comprender que este va más allá de una manualidad, adorno o tarjeta de turno, el arte narra historias externas e internas, ayuda a escribir realidades y recrea imposibles, permite en su inmensidad de lenguajes expresar y comunicar; ser o incluso, dejar de ser.
Se empezaron entonces a tejer narrativas pedagógicas, que permitieran el aprendizaje de técnicas y elementos básicos del arte en cada uno de los niveles, brindando herramientas para las obras que poco a poco cada estudiante iba creando. Fácil no era, se trataba de llevar la frustración de trazos, líneas, técnicas e incluso recursos que no siempre salían como queríamos. Pero a falta de pinceles: las manos, a falta de pintura: los zumos, a falta de presencialidad física como maestra, la presencia de las familias que fueron cuerpo, voz y abrazo en el momento preciso.
Así fue como el arte se convirtió en refugio, para dibujar sonidos, pintar emociones, saborear formas, danzar figuras, escuchar y percibir para luego así, crear. El arte nos habló de temores, de sonidos, de colores y de espacios en la Bitácora de cuarentena, y luego en una Cápsula del Tiempo se propuso crear mundos posibles en el lugar seguro al que le llamamos futuro, donde se guardaba con valor preciado la esperanza de vernos de nuevo.
Tras todo este recorrido, una tarde de noviembre en nuestra última sesión pregunté ¿qué le cambiarían a nuestras clases?, María José de 6 años, sin duda alguna respondió: Las paredes. En ese momento comprendí que una vez más no se trataba del espacio, sino de la experiencia. Que el arte no estaba en la distancia del Atelier, sino que el Atelier se encontraba en cada uno de ellos, porque el haber hecho parte de las experiencias vividas en él les permitía recrearlas y vivirlas incluso desde la distancia, que tal como María José afirmó, solo era necesario omitir las paredes, las físicas que nos encierran, pero a la vez protegen y las virtuales que nos separan, pero a la vez nos unen.
Las escuelas y la educación no solo se enmarcan en paredes de cemento o límites físicos, por el contrario, sus márgenes son aún más sólidos y les llamamos principios y a este nuestro Colegio Campestre Goyavier le sustentan unos de los mejores entre ellos, El arte.
Así pues, en el arte a la distancia continuamos pintando paredes invisibles, que acogen con preciado cuidado la identidad de los artistas que habitan nuestro colegio, y son invisibles porque trascienden, son itinerantes, se mueven con ellos. De eso se trató esta experiencia, de continuar construyendo esa identidad desde la distancia a través del arte.